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viernes, 10 de junio de 2022

ASTROLOGÍA ANTIGUA: Patria, falta de patria. Ideal de libertad.

 



La realización de la libertad es al mismo tiempo la tarea más maravillosa y más difícil. Schiller dijo: «Vecinas son las ideas, pero en el espacio chocan las realidades». La conciencia actual del hombre no sólo puede haberse extendido imperiosamente en su supervisión  del mundo y de los procesos en él, sino puede haber ganado también en profundidad por la experiencia vital, la intensidad y el autoconocimiento.

Pero en cuanto empezamos a actuar nos vemos en un determinado lugar del mundo, en una determinada relación frente a nosotros mismos, las personas y cosas que nos rodean, que puede ser del tipo más diverso.

De ello resultan las condiciones y fronteras que provienen del propio interior y del ambiente. Como actuantes estamos, cada uno a su manera, ligados. Tampoco se puede decir que siempre podemos ser libres en el marco de estas ligaduras. Esto es un ideal; pero quien profundice lo suficiente en sí mismo se confesará que a ratos se acerca a este ideal y que a veces se aleja. Aquí están los límites de nuestra libertad, que cada uno ha de intentar ampliar según sus fuerzas.

Porque existen estos límites es comprensible que nace en el hombre la necesidad de bajar la vista sobre si mismo desde un plano más elevado. Desea mirar hacia las condiciones «objetivas», cósmicas, que lo han conformado. Gracias a estas miradas podría revelársele conocimientos que iluminen de modo clarificado situaciones y vivencias que ciertamente se interrogaron intensivamente, pero que se cerraron a las preguntas formuladas.

Todavía se añade algo más. Después de ir diluyéndose desde hace siglos la sencilla capacidad del poder-creer religioso, después de que la ciencia no ha podido explicar aún nada en puntos decisivos acerca de la esencia del hombre, de su de dónde y a dónde, les sobreviene a los hombres actuales, en gran número, el sentimiento de la falta de una patria última.

En la mayoría de las personas apartadas de su confesión vive la imagen más o menos viva de una teoría de Kant-Laplace desarrollada: la Tierra, un grano de polvo en el Universo; sobre ella, el fenómeno más o menos fortuito o casual de una humanidad. La Tierra, girando alrededor del Sol, un día se enfriará con él, después se helará. A ellos se unen modernamente las imaginaciones de todo aquello que algún día se producirá gracias a la energía atómica. Circulan pensamientos acerca del peligro de una desintegración de la Tierra, y ya son hoy muy numerosos aquellos que dicen: Más vale esto que un camino humano que, de catástrofe en catástrofe, a través de los siglos tampoco no es más que una destrucción. Ciertamente existen también personas que, frente a la imagen universal física, aceptan la causa última, llamada también Dios, pero que en vista de las distancias en infinidades calculadas superficialmente se diluye en una lejanía tal, que ya no es posible sentirla o vivirla esencialmente

Dentro de nosotros no hay ningún camino que conduzca de necesidades astronómico-matemáticas a la «ley moral». Nos hemos hecho demasiado pequeños en este Universo, demasiado triviales, para querer molestar a «Dios» por causa de asuntos humanos.

Frente a esta situación espiritual en el vacío, que tiene como consecuencia el sentir amoral y el querer nihilista, carece de importancia el que algunos hombres lleguen por medio de observaciones astrológicas al convencimiento de que su existencia no es fortuita, sino que en su nacer y actuar, en sus sufrimientos y realizaciones se oculta un plan. En resumen: que ha sido «querida» por algo. Si puede demostrarse que existe una relación entre la constelación y el movimiento estelar por un lado, y la esencia y el destino humano por otro, puede unirse a ello el sentimiento (al principio muy general) de tener una patria en algún lugar del cosmos. Donde no se ate a ello, en una concepción errónea, la idea del simple «hado», puede convertirse en una fuerza impulsora.

Esta fuerza impulsora surge en su mayor parte por el hecho de que el lenguaje de las estrellas. Si se ha aprendido a leerlo y demuestra ser convincente, es un lenguaje de sucesos. Aunque no se quiera afirmar aquí que no existe ninguna sabiduría ni verdad de la palabra, sí debe comprenderse que la infinita multiplicidad de ideas contenida en la masa de libros de una biblioteca es capaz de desesperar no sólo a espíritus y corazones débiles

Cansado de los libros, cansado de las palabras,

Que me secaron, marchitaron la voluntad,

Busco en el fondo de mi autoconciencia

La acción que salva, la acción que libera.

Estos cuatro versos de Emile Verhaeren se dirigen a algo diferente de lo expuesto aquí, pero los dos primeros comunican el estado de un hombre que se contó entre los importantes. Aquel que no se «fije» pronto espiritualmente, aquel que, por el contrario, busca la verdad cada vez más allá y deja actuar sobre sí el contenido de verdad de cada convencimiento profundamente cimentado, puede pasarlo muy mal. Se siente como en una sala de conferencias en que una docena de oradores hablan a la vez, hallando aprobación y desaprobación. Llegará a la decisión: tienes que salir de aquí.

Acaso salga entonces bajo el claro cielo nocturno, desde el cual lucen con soberana placidez las estrellas, y pueda tomar aliento. Este cuadro no quiere sugestionar. Sólo intenta explicar la necesidad de una visión situada más alláde la cantidad de opinionesacaso muy bien fundamentadas, pero que a causa de unilateralidades involuntarias o presupuestos inciertos no dejan de ser opiniones.

 

Texto tomado del “MANUAL DE ASTROLOGÍA” de François Labat.

 

Maria Florinda Loreto Yoris.

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