Se debería aceptar como natural el que los astrónomos
actuales son absolutamente extraños a la astrología, y que incluso la rechazan
de plano. Pues ellos están dentro de aquel desarrollo científico que, desde
Copérnico, debía ver los procesos en el espacio bajo unos puntos de vista que
se apartaban completamente de la astrología como una cuestión que envejecía
paulatinamente. No solo que la Tierra había dejado de ser el punto central del
mundo, que unos telescopios cada vez más potentes hacían visibles nuevas
cantidades de estrellas y que las distancias calculadas derrotan cualquier
imaginación sensible.
Probablemente
pertenecerá a la esencia de la astronomía que busque una contínua expansión de
su campo de visión, en la esperanza de que gracias a una supervisión cada vez
mayor, pueda alcanzar el punto clave del acaecer en el universo por encima de
los hechos, leyes y relaciones. Su expansión transcurre por el plano de lo
matemático-físico y lo cuantitativo.
Quien quiera ponerse en relación con la astrología, que
trabaje con cualidades, debería observar y conocer también las estrellas,
aunque basta que lo haga sin telescopio. No debería profundizar, por lo tanto,
unilateralmente en libros de texto, tablas de estrellas y dibujos esquemáticos
de horóscopos, sino también observar y distinguir qué constelaciones están en
su auge durante la navidad, y cómo cambian sus posiciones de salida y puesta a
medida que avanza la primavera; cómo el cielo de verano está relativamente
vacío. Debería saber reconocer, además de la Osa Mayor, la estrella Polar y la
característica imagen de Orión, las constelaciones que, juntas, forman el
zodíaco. Es decir, aquella zona que es recorrida en el transcurso de un año por
la eclíptica, la trayectoria aparente del sol.
Podría aclararse en la observación algunos otros datos
astronómicos, como se hallan en los libros de texto astrológicos. Así, por
ejemplo, cómo la Luna no es puntual en su órbita diaria, cómo no “baja” del
todo, sino que cada día retrasa tanto que al cabo de 27 días ha recorrido a la
inversa, a pesar de su movimiento hacia adelante, todos los signos del zodíaco.
Cuantas más cosas, también en cuanto a los planetas, se conozcan al natural,
tanto mejor.
Por propio interés observamos diariamente el Sol, porque con
su luz y su calor atañe notablemente nuestra existencia. Muchos no echarían de
menos la Luna, pero sí “debe existir” , pues las mareas están relacionadas con
ella, según nos han enseñado; y parece que también tiene algo que ver con el
tiempo, aun cuando la ciencia diga que no y se encoja de hombros. Pero ¿tenemos
la suficiente conciencia de que las estrellas giran por encima nuestro tanto de
día como de noche? A veces, pero muy pocas, pensamos en ellas, cuando durante
el crepúsculo empiezan a aparecer o desaparecer. Valdría la pena pensar que el
Sol también tiene de día a su alrededor las estrellas de una determinada
constelación o está situado entre dos de ellas. Que uno o varios planetas se
mueven en sus cercanías o describen su camino por debajo del horizonte.
Ininterrumpidamente tienen lugar salidas, culminaciones y
puestas; al mismo tiempo se cruzan nadires por debajo del horizonte. Las
constelaciones cercanas al polo siempre permanecen (en nuestras latitudes) dentro
de un ámbito visible, otras nunca pueden ser vistas en la mitad norte del
globo. Si se resume este cuadro se comprueba que la Tierra (en cuanto que gira
y se inclina o separa más o menos de la radiación solar con referencia a los
polos durante el transcurso de las estaciones) es rozada rítmicamente de modo
ininterrumpido por los débiles efectos luminosos de las estrellas. Rítmicamente
en el sentido de las estaciones que nacen y pasan.
Todas las salidas tienen lugar, con ligeras variaciones, en
el este. ¿Hay alguien que haya negado eso? No, pero saliendo de nuestra
costumbre puede resultar un hecho importante que el este no es sólo “a la
derecha” en el mapa, sino que es la
dirección de la que nos llegan todas las luces, la dirección por la que se introducen
en nuestro horizonte. El este es la dirección de los “nacimientos”, por así
decir, y los hombres que aún vivían ligados a los fenómenos miraban con
atención a cada una de las direcciones como dotada de un carácter especial.
Todas las culminaciones tienen lugar en el sur. Ello quiere
decir que el sur, el mediodía, es la dirección del máximo desarrollo, como se
comprueba inmediatamente con la luz del Sol. Señala el punto dominante al que
tienden especialmente las estrellas sobre la eclíptica o en sus cercanías
después de su salida. El alcanzar el punto culminante es como alcanzar el
“cenit de la carrera” en la vida de un hombre.
En el oeste, donde tienen lugar las puestas, decae la fuerza
de iluminación. El Sol, la Luna y las estrellas se han “cansado” por esta vez:
se ponen. Esto significa una especie de muerte, un descenso al mundo interior,
por debajo del horizonte. Ciertamente sabemos que en el mismo instante el Sol,
la Luna y las estrellas salen en algún
otro lugar del mundo, pero puede ser conveniente permanecer por una vez en un
consciente “prejuicio subjetivo” para seguir la idea de si, aparte de todas las
objetividades, no son un lenguaje con contenidos de verdad las visiones del
mundo tal como se originan y cambian subjetivamente para el hombre. No sólo
verdades comparativas, sino también esenciales, que no hacemos más que pasar
por alto. El nadir de todas las estrellas, su “posición de medianoche”, lo
vivimos nosotros como una ausencia, y suponemos un reposo en otro reino, el
paso por un profundo silencio, del que reaparecen “rejuvenecidas” en el
horizonte al cabo de un tiempo dado.
La vida se refleja en el curso de las estrellas. Todo lo que
deviene en el mundo dentro de la vida orgánica, e incluso una parte de los
procesos inorgánicos, está ordenado rítmica
y cíclicamente: flujo y reflujo, viento y tiempo, nacimiento, ascenso,
cenit, descensos, muerte y retorno en la planta, el animal y el hombre.
Los hábitos sensitivos son desfavorables para aquel que
quiere integrar en sí, de un modo vivo, la astrología. Es cierto que
continuamos observando con una imprecisa participación el acontecimiento de la
salida y la puesta del Sol, la Luna
ascendente en su callada grandeza, su apagado brillo. Pero estas observaciones
se han de reforzar, ampliar y extender al mayor número de acontecimientos
visibles en el cielo, a fin de que no introduzcamos en nuestro consciente, por
medio de libros de texto, algo apartado del devenir universal.
Texto tomado del “MANUAL DE ASTROLOGÍA” de François
Labat, como introducción a la Astrología Antigua, cuyas claves nos conducen a
los secretos ocultos tras la información que aportan los planetas, y que no nos
la explica la astrología moderna, tal y como la conocemos hoy en día.
Maria Florinda Loreto Yoris.
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