Dirigimos la atención a un hecho
de la máxima importancia para una observación astrológica posible de hoy en
contraposición a tiempos antiguos. La ciencia histórica de nuestra era dirige
su vista, sobre todo, a la historia política, y apenas o nada a la historia
espiritual del hombre. Dentro de esta historia de “hechos” se ha dejado casi a
un lado que en el transcurso de milenios no ha habido tan sólo un cambio de
conciencia en los miembros de las culturas dominantes, sino que toda la
constitución esencial del hombre ha sufrido una contracción alrededor de un
punto central, el yo humano.
Cuando se afirma que la humanidad
no ha sufrido ningún desarrollo, que los hombres antes eran malos y son malos hoy, acaso incluso más malos que
antes, se refiere al lado moral, y se refiere a lo que pesa sobre la humanidad
como un oscuro misterio: el del “pecado original”, la pérdida de las
ordenaciones divinas.
Algo muy distinto es el
desarrollo de la conciencia y la concentración de lo que llamamos nuestro yo.
Hoy, el mundo está lleno de hombres de clara marca individual, inteligentes.
Pero sabemos que también hay hombres que se sienten impatriados tan
fuertemente, por ejemplo en su familia o en su pueblo, que (con gradaciones
individuales) sienten como una gran pérdida la desaparición de sus relaciones
con la familia, la patria y el pueblo. Lo cual quiere decir que, en cuanto la
estirpe de sangre o el pueblo aún sea decisivo para el sentimiento de su existencia,
en unas partes de su ser se hallan todavía en el estado preindividual.
Si se retrocede históricamente se
puede comprobar que la comunidad de sangre tiene tanta más importancia en la
existencia de cada uno, cuanto más lejos se llegue en las distancias del
pasado. La misma denominación de Olafson o Méndez indica que uno era
considerado como hijo de su padre. Así llegamos a los tiempos en que era
decisivo ser el “digno hijo de su padre”. Lo cual significaba que no se
calificaba al hombre por lo que era como ser individual, sino por el punto
hasta el que llevaba a una nueva representación las cualidades de la herencia.
La calificación se orientaba por la fisonomía de un principio de grupo
sobreindividual, pero que mantenía a cada uno en una situación preindividual.
En cuanto existen relaciones
entre el devenir, la esencia y el destino de los hombres y del mundo de las
estrellas, el hombre preindividual (una denominación que se ha de aplicar con
gradaciones y matices) se ve acogido por los poderes formativos de la esencia y
fatales de modo muy distinto a una personalidad desarrollada que descanse en
sí. La frase de Goethe “Debes ser así, no te puedes huir” tiene mucha más
validez para aquel que para alguien que busca un objetivo vital a partir de su
propia visión y responsabilidad. Tampoco este podrá huir al primer intento,
pero se puede educar, formar y transformar a sí mismo. El hombre preindividual,
por el contrario, es un grado mucho más naturaleza. En cuanto no lo refrene la
ley del grupo implantada, sigue espontáneamente sus impulsos. Como un yo
naciente no hace más que llevar a cabo la “voluntad de las estrellas”.
Esto cambia a través de los
tiempos, según consiga enfrentarse más y más a sí mismo. Según el grado en que
sea capaz de dirigir sus intenciones acciones a través de un punto de control
interior, dialogar consigo mismo, refrenar los actos de voluntad apasionados,
diluir el miedo por la conciencia, etc., ganará en margen operativo interior.
Sus posibilidades de elección se amplían y surge la posibilidad de la tan
debatida libertad. En este caso no ha sido pensada como un hecho acabado, que
se ha de afirmar o denegar, sino como un proceso del devenir, del que participa
cada uno en su interior.
El hombre actual, especialmente
en aquellas zonas de la Tierra empapadas de efectos de cultura y civilización,
es, por lo tanto, un hombre distinto al de tiempos antiguos, también con
referencia a su “natividad”, el gesto del cielo en el momento de su nacimiento.
Tiene margen de acción, la libertad se extiende como una posibilidad de
transformación ante él.
Si se piensa que en la antigüedad
los hombres eran controlados en cuanto a su capacidad para tareas importantes
por su horóscopo, que los calificaba o descalificaba, se puede afirmar que una
actuación tal sería hoy improcedente, puesto que un horóscopo no comunica nada
de lo que un hombre ha hecho en su camino vital dentro de su mayor
independencia. Existen posibilidades de variación tanto hacia “arriba” como
hacia “abajo”.
Texto tomado del “MANUAL DE ASTROLOGÍA”
de François
Labat.
Maria Florinda Loreto Yoris.
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